Sunday, March 11, 2007

Ser padres y tenerlos



La treintena cambia definitivamente las relaciones con tus padres, impacientes por ascender en la escala familiar.

Mi madre, no deja de preguntarme si tengo "buenas noticias" o de recordarme su afán de ser abuela. No se que responder a estas preguntas. Acaso debería mantenerla al día de mi vida sexual?

Frases como "si, ayer nos marcamos un polvo en plan perrito antes de salir de copas" o "hicimos un 69 porque estábamos demasiado cansados para follar" me parecen completamente fuera de tono en una relación madre-hijo y en cualquier caso muy ajenas a nuestra experiencia personal.

Porque hay algo que nunca le he contado a mi madre. Mi mujer y yo somos partenogenéticos. Tras años de desenfrenada vida sexual y saturados de las acrobacias habituales, pensamos que era mejor acometer la procreación desde el, al menos para nosotros, nuevo campo de la reproducción asexual.

La aséptica descripción del procedimiento esta muy lejos de la horas de entretenimiento que este produce.

Mi mujer pone huevos en la intimidad, cuidándose de que yo no ande cerca. Su apariencia no es muy distinta a la de un plato de albóndigas con salsa de vino blanco. Tras la puesta, los coloca en lugares recónditos de la casa donde sabe que están seguros de potenciales predadores.
Cuando llego del trabajo, me desnudo completamente, tomo una cerveza y me lanzo a la búsqueda del preciado tesoro. Antes de iniciar la cacería siempre le pregunto donde ha puesto los huevos e indefectiblemente, me responde con una enigmática sonrisa.

La búsqueda lleva su tiempo. Pese a que los huevos desprenden un olor muy característico, lo hacen solo a muy cortas distancias lo que me obliga a olfatear debajo de las camas, en viejos armarios que nunca hemos utilizado o tras el contador del gas.

Una vez encontrados, llega el momento de alcanzar el orgasmo siguiendo las disciplinas de Onan y, en ese momento de éxtasis total, ser capaz de acertar en el blanco. Sobra decir que durante los primeros meses no hice mas que manchar la pared.

Sin embargo, hace alrededor de un mes acerté por primera vez. Volví al cuarto de estar satisfecho y seguro de mi virilidad. Abrí una cerveza. Mi mujer se dio cuenta sin que tuviera que decir nada. Nos sonreímos mutuamente, con una complicidad insospechada en previas relaciones sexuales.

Los huevos tardaron en desarrollarse un par de semanas. Llegado este momento mi mujer los puso en el sofá, sobre una mantilla de angora y se sentó sobre ellos para darles calor y cariño.
Desde entonces no se ha vuelto a levantar. Tras faltar al trabajo tres días seguidos con la excusa de la gripe, ha pedido una baja laboral. Ahora se pasa las horas en el cuarto de estar, desnuda frente a la TV, empollando nuestros futuros vástagos.

Si, esperamos gemelos. Para mediados de Mayo.
Pero lo que no se es como contarle todo esto a mi madre.