Sunday, March 4, 2007

En la cuerda floja



Ayer invitamos a una pareja de amigos a cenar. Estos amigos, que en la actualidad residen en Washington D.C, vivieron en Brooklyn desde 1999 hasta bien entrado 2003.

Como buenos (ex-)neoyorquinos tenían una historia que contar sobre el 11 de Septiembre. El había pasado una semana sin ir a trabajar, fumando canutos frente a la play station, ajeno a lo que ocurría en las calles y sin embargo asustado, seguro de que el fin del mundo era eso: días vagos, cansinos, pasados delante de la TV en calzoncillos sin tener que ir a trabajar y ajeno a la corbata o a la cuchilla de afeitar.
Ella, que trabajaba en Manhattan,frente las Naciones Unidas había pasado un día en el plató de una película sobre el día después cruzando el Brooklyn Bridge entre una marabunta de gente mientras el humo y el horror se masticaba al respirar.

Nos contaron que pasada una semana cenizas y jirones de restos indefinidos del derrumbe de los dos edificios caían sobre Brooklyn empujados por el viento.
Este relato estaba acompañado de una visible ansiedad y una fuerte identificación emocional.
Escuche su relato y lo compare con los escuchados tras la catástrofe madrileña del 11 de Marzo. Eran similares. Una mezcla de tristeza, ira e indignación.

No podía quitarme de la cabeza el tema de las cenizas cayendo sobre Brooklyn. Tras un atentado en la capital financiera del mundo, fruto de oscuros pactos propiciados por la sed de petróleo y décadas de tejemanejes americanos en el medio oriente, las cenizas caían sobre Brooklyn, barrio de emigrantes y una de las cunas de la working class de la ciudad. Y no caían sobre Brooklyn porque si. Caían sobre Brooklyn porque esa era la dirección en las que las empujaba el viento. El viento de la historia no las llevaba hacia los lujosos condos del Upper side, no. La mierda caía sobre la menguante clase media americana.

Esta es la clase de cosas que pone un freno a mi ateísmo rampante y me hace preguntarme si dios existe. Dios, en su omnímodo poder y haciendo gala de una sensibilidad estética que para si querrían en Hollywood sabia que tras algo así los tambores de guerra no tardarían en sonar. Y los llamados a filas o a sostener económicamente el conflicto no serian los bobos, los fashionistas o sus padres, cebados en el petrodolar. No, los llamados serian los hijos del trabajador medio. El que se mata de 9 a 5 para pagarse una casa, un coche o una nevera mas grande. Así que, que forma mas bella de insinuar el futuro que haciendo caer las cenizas de la ira sobre ellos.
Como un aperitivo de lo que se les venia encima.

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